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       Despertamos. Desayunamos. Viajamos a la facultad. Caminamos velozmente en la calle para que nada nos interfiera. No escuchamos, no miramos; nada nos debe detener. Las publicidades estáticas nos rodean y decoran nuestro trayecto con la ilusión de un mundo mágico en el que la felicidad es posible gracias a la compra y venta de mercancías.

Llegamos. Ingresamos. Hacemos un profundo esfuerzo por transitar velozmente hacia nuestra aula de cursada. Miramos hacia adelante y hacia abajo, para no cruzar miradas con nadie ni observar ningún cartel que nos distraiga. Nos extienden volantes y publicaciones: Nada, no las tocamos. Alguien busca hablarnos, pero le ignoramos. No podemos perder tiempo.
Entramos a nuestra aula. Buscamos un asiento. No nos interesa quienes están al lado nuestro. Nuestro horizonte es el pizarrón. No miramos a los costados. No hablamos con nadie. Ingresa el docente. Se acomoda. Esperamos.
Comienza la clase. Escuchamos y copiamos. Lo que pensamos, lo acomodamos a lo que nos dice. No cuestionamos, lo asumimos como certeza. Desarrolla ideas, cierra conceptos, y nos pregunta “¿hay dudas, alguien no entendió algo?”. Silencio. Todos y todas asentimos. Anotamos correctamente los nombres de los autores citados, y el título de los textos.
Termina la clase. Nos levantamos y retiramos hacia la salida. Derecho a casa. Debemos ir a leer los materiales para confirmar que todo lo que nos dijeron era verdad.
Miramos Tinelli. Miramos Fútbol. Termina nuestro día. A dormir.

  • Buscando desaprender
Más o menos esta dinámica se repite día tras día entre la gran mayoría de nosotros y nosotras, estudiantes de Ciencias Sociales. Hay cosas que hacen ruido. Hay cosas que buscan desviarnos de la dinámica impuesta, pero los mandatos con los que cargamos y que nos determinan cotidianamente son bastante fuertes. Ese mensaje, impuesto por nuestros padres y por otras personas que se consideran con autoridad para opinar, nos dice “a la Universidad se va a estudiar, y no a hacer política”. Sin embargo, el no hacer política es, precisamente, una decisión política.
Es así como podemos ver los resultados de esta sociedad autoritaria y vertical, que dispone roles y determina acciones (básicamente de subordinación) en donde la docilización de sus componentes se vuelve una necesidad para el sostenimiento del modo de producción capitalista; se nos construye desde niños y niñas como futura mano de obra, como sujetos serviles y domesticables, que solamente se dedican a trascender de una institución a otra, acentuando en cada una de ellas algunos de los futuros rasgos de explotación. En el medio, se nos imponen practicas de consumo y socialización con la intención de constituirnos en sujetos alienados, orientados nada más que a la satisfacción de intereses personales (a través del consumo masivo, muchas veces innecesario), a la apatía y el desinterés generalizado.
Esta lógica la vemos operando en todas las instancias educativas, en donde se pretende impartir conocimientos, pero no se hace otra cosa que la imposición de matrices de pensamiento y de domesticación mental. Así, del jardín de infantes pasamos a la instrucción primaria, luego a la secundaria, y al final, la Universidad como ámbito de perfeccionamiento de los futuros cuadros dirigentes de la sociedad capitalista.
Corresponde preguntarse entonces ¿Todo lo que hacemos y pensamos es una linealidad, algo predeterminado y establecido? ¿No hay incertidumbre? ¿Existe un plan que hay que seguir y del cual no hay que apartarse? ¿Quién o quienes lo determinaron? ¿No hay lugar para nuestras propias ideas e inquietudes? ¿El plan de estudios está constituido brillantemente y no hace agua por ningún lado? ¿El sentido de la carrera es certero? ¿Cursarla nos dará inmediatamente salida laboral? ¿En que tipo de profesionales nos convertimos?
Romper con la apatía, desprendernos de los mandatos, destruir las matrices de dominación que cargamos sería un buen comienzo. Comenzar a preocuparnos por lo que nos sucede y por lo que le sucede a quienes se encuentran a nuestro lado significaría comenzar a desactivar los dispositivos alienantes que nos han impuesto. Cuestionar al docente, preguntarnos por el sentido mismo de nuestras carreras y la forma en que están constituidos los planes de estudio. Comprometernos con lo que sucede en nuestras aulas, nuestras carreras y nuestra facultad. Participar y proponer en las asambleas estudiantiles aportaría realmente en la constitución de la movilización estudiantil necesaria para cuestionar lo instituido, y proponer algo diferente.
  • Asambleas sin verdad
Sería injusto quedarnos estrictamente en la crítica de los condicionamientos externos que dispone la apatía y el desinterés generalizado en las aulas y pasillos de la facultad, si antes no somos capaces de reflexionar sobre lo que sucede durante la movilización y las asambleas.
¿Podemos hablar de asamblea cuando unos proponen, los mismos disponen y los otros aprueban lo ya decidido? En las asambleas de Sociales esto es frecuente y es así desde hace años. Se confunden los objetivos de los y las militantes con los objetivos de los estudiantes sin una experiencia previa militante. ¡Peor! Se confunden los objetivos del partido al que pertenecen los líderes con los de los y las estudiantes en su conjunto.
Cuando los y las militantes imponen sus consignas, sus objetivos, amparados en una ansiedad legítima, los y las estudiantes independientes movilizados por la causa concreta coyuntural tienden a alejarse y desmovilizarse. En general se expresan sensaciones de desconsuelo ante la omnipotencia de aquellos que tienen la voz cantante, que se expresan con firmeza sobre temas más delicados que firmes. En síntesis, se generan situaciones jerárquicas al interior del estudiantado movilizado, que lamentablemente solo reditúa para la institucionalidad contra la que buscamos actuar.
No se trata de construir conciencia, participación, diálogo: se trata de "aparatear", de imponer para cumplir con los fines de la agrupación y/o del partido.
Las BASES de ciertos grupos tienen muchas virtudes dentro de los valores socialistas. Pero estas personas de socialistas intenciones se acercan a los partidos en busca de contención, de una canalización para tanta fiebre de cambio, y apenas comienzan, ya se notan las primeras modificaciones en ellos mismos. Donde antes había preguntas ahora hay certezas. Donde antes había comprensión ahora hay arrogancia. Donde antes había diálogo ahora hay monólogo. Donde antes había vínculos ahora hay contactos.
Al militante le cambia la cosmovisión: ahora tiene LA VERDAD, esa que buscó durante toda su juventud y que ahora (aunque la juventud probablemente no haya terminado) finalmente encontró.
Este asunto de LA VERDAD, instituida en tanto sistema autolegitimizante de su accionar y que inevitablemente de expone como instancia jerarquizante entre el estudiantado, es el que impide el diálogo, impide la empatía de quienes no la encontraron, impide el acercamiento real entre la apatía y la participación.
La política debiera interesarnos a todos y a todas. Nos afecta (aunque no queramos) y las opciones son tener voz y voto, o (con suerte) sólo tener voto y que la voz sea la que los demás quieran. Sólo con el debate y la costumbre de debatir uno se vuelve más atento, absorbe ideas ajenas, rellena de contenidos y posibilidades aquellos lugares de la mente donde sólo hubo nebulosa. El conocimiento se construye o se imparte. Se imparte a quiénes están en proceso de aprendizaje y se construye con quiénes consideramos iguales.
En una asamblea se supone que todos nos consideramos en una base de igualdad. Sin esta concepción de la asamblea, ésta cae por su propio peso. Y con ella caen las ilusiones de quiénes quisieron participar. Si un partido o agrupación envía emisores de la verdad, entonces no considera a la asamblea en situación de igualdad: se considera superior a ésta. Y si este partido se autoproclama socialista, bueno, ¡qué confusión!
El sujeto de la revolución socialista no es el estudiante. El estudiante está en una etapa pasajera de su vida. Asiste a un establecimiento para que le impartan conocimientos sobre los que se considera ignorante. Esto es así porque esta es la forma en que está estructurada la educación hoy en día en esta parte del planeta.
Es importante que los militantes que toman el micrófono en cada encuentro de esta facultad, que le niegan horas al sueño, a los amigos, a la familia, procuren ahorrar ansiedades. Podrían, quizás, aprovechar la postura de “alumno” de quienes escuchan y procurar abrir debates, puertas, ventanas... y no cerrarlas con respuestas.
No se trata de guardar el secreto de la revolución detrás de la mampostería de un edificio. Se trata de construir una posibilidad. Y también se trata de esperar, porque los cambios de ninguna sociedad se producen cuando un grupo quiere sino cuando la mayoría está preparada para sostenerlo.
Esa mayoría de estudiantes que vaga por los pasillos como zombis, que no ven ni sienten, que no se dejan conmover por los conflictos edilicios, los de criminalización de la protesta, la toma de tierras, los conflictos en otros países lejanos, por los paros, por los pares… quizás se haya alejado. Quizás empezó a estudiar siendo sensible, pero se frustró al no encontrar esa verdad, al no buscarla… quizás quería proponer ideas que nunca fueron escuchadas, quizás quería participar. Quizás no. Entonces estamos en condiciones de pensar que el mundo no tiene remedio porque si los y las estudiantes de la facultad de Ciencias Sociales le cierran la puerta en la cara a los conflictos sociales, algo no está funcionando. Quizás seamos nosotras y nosotros, que nunca aprendimos a comunicarnos con nuestros compañeros de banco.
En ese sentido saludamos la iniciativa del cuerpo de delegados. Sería importante que tomemos nota de lo mencionado hasta aquí, para que las bases tengamos voz, para que tengamos voto, para que se atiendan las cuestiones menores, las coyunturales, las que muchas veces convocan al estudiantado… quizás, en un futuro no muy lejano podamos empezar a volar más alto. Si falla, hay que intentar de nuevo. Si vuelve a fallar, cambiar el contexto e intentar de nuevo. Tal vez aprendamos a organizarnos, a escucharnos, a respetarnos. Será cuestión de estar atentos y atentas, de esperar la ocasión para encontrarnos y de no arruinarla cada vez.
InDisciplina
Colectivo de Producción Libertaria
(de)Construir
Pensamiento Libertario Periférico

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